10/7/12

El dublinés de ALFONSO ZAPICO

Publicado en ACHTUNG! el 10 de julio de 2012

El dublinés de Zapico

James Joyce en St Stephen's Green, DBN
Hace un par de semanas, la literatura (moderna) celebró su fecha más señalada, Bloomsday. El día de Bloom, el 16 de junio, tiene una doble lectura. En primer lugar, es el día en el que Leopold Bloom protagoniza la obra que fue el clímax de la literatura modernista y la precursora de la posmoderna, Ulises (1922). En segundo lugar, es el día de la primera cita de Nora Barnacle y James Joyce, una de las parejas más célebres, por controvertida, del cotilleo literario. De hecho, lo primero fue consecuencia de lo segundo. Y es que, desde sus inicios novelísticos con Retrato del Artista Adolescente (1916), la obra de Joyce ha estado marcada por su biografía. La separación entre la esfera pública o profesional y la esfera privada o personal es un tema muy controvertido en la crítica artística. No obstante, Joyce es el prototipo del arte como vida y la vida como arte. El historietista Alfonso Zapico (Blimea, Asturias, 1981), en su novela gráfica Dublinés (Astiberri, 2011), nos acerca a esta difuminación de lo público y lo privado que fue la vida del dublinés favorito de la literatura. Una obra que no es tan solo una aproximación a la vida de Joyce, sino también una crítica al mundo moderno, por parte de Joyce y por parte de Zapico.

Al leer Dublinés, efectivamente nos damos cuenta de que los episodios más importantes de la vida del escritor quedaron plasmados en una novela u otra. Se nos configura entonces una obra (Dublinés) que es la novela de una vida, la de James Augustine Aloysius Joyce, que hizo de su vida un arte, y arte de su vida. Los dualismos marcan la estructura de la obra, ya que el artista asturiano en un esfuerzo de realismo, para mostrar que la vida tiene momentos muy malos pero también muy buenos, nos invita a sonreír y a sufrir a través de las gracias y desgracias de Jim. Si bien la obra de Joyce fue una curiosa simbiosis de lo privado y lo público, Dublinés de Zapico es la perfecta simbiosis de trazo y palabra. Tanto la parte dibujada como la escrita están exquisitamente documentadas y la bibliografía es muy sólida. Otra destacada victoria de Alfonso Zapico reside en su delicada artesanía a la hora de juntar las piezas que crean el mosaico Joyce; las piezas más privadas encajan a la perfección con las piezas más profesionales, así como con las más históricas . Zapico nos desgrana la vida del dublinés inscribiéndola en su lugar y tiempo; para esta contextualización, el autor no se permite pausas para proporcionar al lector este tipo de información adicional. De hecho, este es su gran mérito: su estilo es hacer que la historia fluya de manera natural, que los diferentes ríos –el personal, el profesional– formen el gran todo que es el mar, James Joyce. En vez de aislar al lector momentáneamente para dar información contextual, el autor forma una sólida unión entre protagonista, lector y autor, él mismo. Los tres formamos parte del mismo proceso, ambos hilos y los tres participantes estamos presentes en cada viñeta, en cada página. Y esto es necesario en toda obra artística que se precie, puesto que nos ayuda a olvidarnos de la artificialidad de la página impresa para perdernos en el mágico mundo de la literatura.

Siguiendo con los dualismos, Dublinés es un libro que reconcilia el modernismo con la cultura popular, por ser una novela gráfica. No olvidemos que el modernismo nació como reacción al realismo, a la cultura popular, a la letra impresa sobre y para el pueblo. Como reacción, como rebelión contra todas las instituciones que dieron lugar a las atrocidades de la Gran Guerra, los modernistas rechazaban los modelos literarios de la época para refugiarse en la forma, el lenguaje, como método individual para buscar la verdad. El fruto de esta experimentación fue la máxima de que toda verdad es relativa y que, por lo tanto, el mundo no se puede conocer, solo percibir. La experiencia individual del mundo es el tema principal de la literatura de esta época, con la paradoja añadida de que el lenguaje es un obstáculo, una imposibilidad para conocer el mundo, pero ahí está el juego. La segunda novela de Joyce, Ulises, es esta teoría modernista llevada a la práctica, y al extremo: un libro de proporciones quijotescas que narra un día en la vida de un personaje, explotando la técnica del monólogo interior. A pesar de esto, como Zapico recoge en su Dublinés, Joyce era un disidente dentro del movimiento.

Una característica muy curiosa de esta novela gráfica, y que además nos sirve para ilustrar la anteriormente mencionada rebeldía de Joyce, son los cameos. Están las menciones y los repetidos encuentros con figuras literarias como WB Yeats, Sylvia Beach, GB Shaw o Samuel Beckett, y con otras personalidades como V. Lenin, Carl G. Jung o Michael Collins. Hay una escena en concreto que Zapico ilustra maravillosamente y que es muy representativa de la vida y obra del dublinés en cuestión: su explosiva relación con WB Yeats. En una época en la que el poeta y dramaturgo era una de las figuras literarias más destacadas del panorama internacional y la perla de la literatura irlandesa, Joyce le espetó: “En fin, es una lástima que nos hayamos encontrado tan tarde, es usted demasiado viejo para que yo pueda influir en su obra literaria”. A lo que Yeats contesta: “¡Jamás vi una combinación tal de engreimiento colosal y minúsculo genio literario en la misma persona!” Sí, a menudo se describe a Joyce como un completo arrogante desvergonzado, por actitudes como esta. Pero no es arrogancia sino burlona valentía. El Joyce de Zapico es un héroe de clase obrera cuyo coraje se basa en su feroz autoestima y mordaz individualidad, es decir: “Sin Dios. Sin Nación. Sin Rey”. De Yeats, Joyce no podía tolerar que sus obras se basaran meramente en románticas aspiraciones nacionalistas. Pero sobre todo rechazaba la religión. La historia de Irlanda ha sido tejida por la obligatoria relación entre el nacionalismo irlandés y la Iglesia Católica. De acuerdo que Yeats no era católico –cosa que ni la mismísima Maud Gonne pudo cambiar– pero tampoco era ateo, su figura estaba muy institucionalizada. En contraste, Zapico nos dibuja a un Joyce antisistema que grita a los cuatro vientos: “¡Mi espíritu rechaza el orden social y vigente! ¡Rechazo la iglesia, el hogar y los valores establecidos!”. Sin libertad no hay arte; sin liberación personal no hay artista.

Otro cameo exquisito –y polémico– seleccionado por Zapico es el de Virginia Woolf. El autor asturiano recoge la impresión de Woolf sobre Ulises, según ella, un libro “sin educación, obra de un obrero autodidacta, de un universitario que se rasca los granos”. El elitismo es una sombra que persigue al modernismo, especialmente al británico, y esta cita dibuja a la perfección esta cuestión. Precisamente porque James Joyce era irlandés, o apátrida, pero nacido en la isla esmeralda sometida por la isla vecina, es diferente al resto de modernistas en este aspecto. El elitismo implica que la literatura no es para todos, sino solamente para un grupo reducido de intelectuales y, en aquella época, sinónimo de educación y por lo tanto de dinero. No extraña pues que Virginia Woolf se sintiese amenazada por Ulises. La historia cultural y literaria ha acabado demostrando que sus sospechas no eran infundadas. Woolf no fue a la universidad pero poseía una biblioteca propia gracias a su padre, puesto que pertenecían a la alta sociedad. Por su parte, James Joyce no destacó precisamente por la acumulación de bienes. De hecho, el escritor hacía gala de su pobreza bohemia. Sin embargo, él sí que fue a la universidad. La lucha de clases queda muy clara en la comparación Woolf-Joyce. A pesar de que dinero no es sinónimo de sabiduría, ni de valía, a día de hoy seguimos viviendo en un mundo donde, por lo general, la gente con más recursos tiene más oportunidades (laborales, por ejemplo) porque se puede permitir estudios (más) superiores. Sin embargo, una persona con más inteligencia o creatividad pero menos dinero tiene que luchar más, encuentra más obstáculos. Dublinés trata sobre esto. ¿Se podría decir que el Ulises de Joyce es una mediación entre el realismo y el modernismo? Realismo, por las preocupaciones sociales y de clase; y modernismo, por el énfasis en el individuo, la forma, etc. ¿Era Joyce un pre-posmoderno? Argumentos en su favor en este sentido serían la experimentación juguetona con la forma, las laberínticas intertextualiades, su anti-colonialismo, temas sociales e incluso elementos feministas. Etiquetar siempre resulta muy confuso y asfixiante.

James Joyce, DBN
De acuerdo, ciertas obras de Joyce como Ulises y Finnegans Wake no son accesibles para el público general, requieren un/a lector/a especializado/a, por así decirlo. Esto es cierto, pero a diferencia del elitismo material, lo que Joyce representa es un elitismo intelectual, un elitismo que no se lo ha proporcionado el dinero ni el estatus social, sino él mismo; la fuerza está dentro de uno mismo. Joyce nunca tuvo un trabajo estable, obtuvo su fama más bien tarde, no pudo disfrutar de la fortuna generada por sus obras, eternamente exiliado de país en país, orgulloso apátrida, avergonzado de su país, pero siempre con Irlanda en el corazón. No obstante, James Joyce es el Maestro Supremo de la Lengua Inglesa, y uno de los grandes de la literatura universal. El arte no tiene nada que ver con el dinero. No es ni la causa ni la consecuencia. ¿Cómo puede ser que Virginia Woolf no fuera consciente de esto? O quizás lo era demasiado, de ahí su pavor. Si ya de por sí se veía devorada por un mundo de/para hombres, el único privilegio que le podía dar cierta estabilidad era el estatus social. Lo que tanto molestó a Woolf fue que el autor de Ulises se atreviera a dar voz e individualidad a miembros de clases bajas y trabajadoras, al populacho, un sector de la sociedad tradicionalmente asociado al Realismo. Y efectivamente, Joyce era tanto de clase obrera como autodidacta. Y bueno, el resultado ahí está: a día de hoy la literatura no ha vuelto a dar mayor agitador y revolucionario que él. Todavía nos estamos recuperando del impacto. Vivimos en un mundo hecho por y para ricos pero el arte es la expresión individual por excelencia, con el poder de cambiar el mundo. Que se lo digan a Joyce.

Dublinés de Alfonso Zapico es una golosina para amantes de Joyce, pero toda una delicia para seguidores de la novela gráfica también, y qué diablos, para cualquier lector en general. Para los que necesitemos otra dosis... ¡ya tardamos en hincarle el diente a su Ruta Joyce (Astiberri, 2011)!

Mari C. Muñoz

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