El
dublinés de Zapico
James Joyce en St Stephen's Green, DBN |
Hace
un par de semanas, la literatura (moderna) celebró su fecha más
señalada, Bloomsday. El día de Bloom, el 16 de junio, tiene
una doble lectura. En primer lugar, es el día en el que Leopold
Bloom protagoniza la obra que fue el clímax de la literatura
modernista y la precursora de la posmoderna, Ulises (1922).
En segundo lugar, es el día de
la primera cita de Nora
Barnacle y James
Joyce, una de las parejas
más célebres, por controvertida, del cotilleo literario. De hecho,
lo primero fue consecuencia de lo segundo. Y es que, desde sus
inicios novelísticos con Retrato del Artista Adolescente
(1916), la obra de Joyce ha
estado marcada por su biografía. La separación entre la esfera
pública o profesional y la esfera privada o personal es un tema muy
controvertido en la crítica artística. No obstante, Joyce es el
prototipo del arte como vida y la vida como arte. El historietista
Alfonso Zapico
(Blimea, Asturias, 1981), en su novela gráfica Dublinés
(Astiberri, 2011), nos acerca a
esta difuminación de lo público y lo privado que fue la vida del
dublinés favorito de la literatura. Una obra que no es tan solo una
aproximación a la vida de Joyce, sino también una crítica al mundo
moderno, por parte de Joyce y por parte de Zapico.
Al
leer Dublinés,
efectivamente nos damos cuenta de que los episodios más importantes
de la vida del escritor quedaron plasmados en una novela u otra. Se
nos configura entonces una obra (Dublinés)
que es la novela de una vida, la de James Augustine Aloysius Joyce,
que hizo de su vida un arte, y arte de su vida. Los dualismos marcan
la estructura de la obra, ya que el artista asturiano en un esfuerzo
de realismo, para mostrar que la vida tiene momentos muy malos pero
también muy buenos, nos invita a sonreír y a sufrir a través de
las gracias y desgracias de Jim. Si bien la obra de Joyce fue una
curiosa simbiosis de lo privado y lo público, Dublinés
de Zapico es la perfecta simbiosis de trazo y palabra. Tanto la parte
dibujada como la escrita están exquisitamente documentadas y la
bibliografía es muy sólida. Otra destacada victoria de Alfonso
Zapico reside en su delicada artesanía a la hora de juntar las
piezas que crean el mosaico Joyce; las piezas más privadas encajan a
la perfección con las piezas más profesionales, así como con las
más históricas . Zapico nos desgrana la vida del dublinés
inscribiéndola en su lugar y tiempo; para esta contextualización,
el autor no se permite pausas para proporcionar al lector este tipo
de información adicional. De hecho, este es su gran mérito: su
estilo es hacer que la historia fluya de manera natural, que los
diferentes ríos –el personal, el profesional– formen el gran
todo que es el mar, James Joyce. En vez de aislar al lector
momentáneamente para dar información contextual, el autor forma una
sólida unión entre protagonista, lector y autor, él mismo. Los
tres formamos parte del mismo proceso, ambos hilos y los tres
participantes estamos presentes en cada viñeta, en cada página. Y
esto es necesario en toda obra artística que se precie, puesto que
nos ayuda a olvidarnos de la artificialidad de la página impresa
para perdernos en el mágico mundo de la literatura.
Siguiendo
con los dualismos, Dublinés
es un libro que reconcilia el modernismo
con la cultura popular,
por ser una novela gráfica. No olvidemos que el modernismo nació
como reacción al realismo,
a la cultura popular, a la letra impresa sobre y para el pueblo. Como
reacción, como rebelión contra todas las instituciones que dieron
lugar a las atrocidades de la Gran Guerra, los modernistas rechazaban
los modelos literarios de la época para refugiarse en la forma, el
lenguaje, como método individual para buscar la verdad. El fruto de
esta experimentación fue la máxima de que toda verdad es relativa y
que, por lo tanto, el mundo no se puede conocer, solo percibir. La
experiencia individual del mundo es el tema principal de la
literatura de esta época, con la paradoja añadida de que el
lenguaje es un obstáculo, una imposibilidad para conocer el mundo,
pero ahí está el juego. La segunda novela de Joyce, Ulises,
es esta teoría modernista llevada a la práctica, y al extremo: un
libro de proporciones quijotescas que narra un día en la vida de un
personaje, explotando la técnica del monólogo interior. A pesar de
esto, como Zapico recoge en su Dublinés,
Joyce era un disidente
dentro del movimiento.
Una
característica muy curiosa de esta novela gráfica, y que además
nos sirve para ilustrar la anteriormente mencionada rebeldía de
Joyce, son los cameos. Están las menciones y los repetidos
encuentros con figuras literarias como WB Yeats, Sylvia Beach, GB
Shaw o Samuel Beckett, y con otras personalidades como V. Lenin, Carl
G. Jung o Michael Collins. Hay
una escena en concreto que Zapico ilustra maravillosamente y que es
muy representativa de la vida y obra del dublinés en cuestión: su
explosiva relación con WB
Yeats. En una época
en la que el poeta y dramaturgo era una de las figuras literarias más
destacadas del panorama internacional y la perla de la literatura
irlandesa, Joyce le espetó: “En
fin, es una lástima que nos hayamos encontrado tan tarde, es usted
demasiado viejo para que yo pueda influir en su obra literaria”.
A lo que Yeats contesta: “¡Jamás
vi una combinación tal de engreimiento colosal y minúsculo genio
literario en la misma persona!”
Sí, a menudo se describe a Joyce como un completo arrogante
desvergonzado, por actitudes como esta. Pero no es arrogancia sino
burlona valentía. El Joyce de Zapico es un héroe
de clase obrera cuyo
coraje se basa en su feroz autoestima y mordaz individualidad, es
decir: “Sin Dios.
Sin Nación. Sin Rey”.
De Yeats, Joyce no podía tolerar que sus obras se basaran meramente
en románticas aspiraciones nacionalistas. Pero sobre todo rechazaba
la religión. La historia de Irlanda ha sido tejida por la
obligatoria relación entre el nacionalismo irlandés y la Iglesia
Católica. De acuerdo que Yeats no era católico –cosa que ni la
mismísima Maud Gonne pudo cambiar– pero tampoco era ateo, su
figura estaba muy institucionalizada. En contraste, Zapico nos dibuja
a un Joyce antisistema
que grita a los cuatro vientos: “¡Mi
espíritu rechaza el orden social y vigente! ¡Rechazo la iglesia, el
hogar y los valores establecidos!”.
Sin libertad no hay arte; sin liberación personal no hay artista.
Otro
cameo exquisito –y
polémico– seleccionado por Zapico es el de Virginia
Woolf. El autor asturiano
recoge la impresión de Woolf sobre Ulises,
según ella, un libro “sin educación, obra de un obrero
autodidacta, de un universitario que se rasca los granos”.
El elitismo es una sombra que persigue al modernismo, especialmente
al británico, y esta cita dibuja a la perfección esta cuestión.
Precisamente porque James Joyce era irlandés, o apátrida, pero
nacido en la isla esmeralda sometida por la isla vecina, es diferente
al resto de modernistas en este aspecto. El elitismo implica que la
literatura no es para todos, sino solamente para un grupo reducido de
intelectuales y, en aquella época, sinónimo de educación y por lo
tanto de dinero. No extraña pues que Virginia Woolf se sintiese
amenazada por Ulises. La
historia cultural y literaria ha acabado demostrando que sus
sospechas no eran infundadas. Woolf no fue a la universidad pero
poseía una biblioteca propia gracias a su padre, puesto que
pertenecían a la alta sociedad. Por su parte, James Joyce no destacó
precisamente por la acumulación de bienes. De hecho, el escritor
hacía gala de su pobreza
bohemia. Sin embargo, él
sí que fue a la universidad. La lucha
de clases queda muy clara
en la comparación Woolf-Joyce. A pesar de que dinero no es sinónimo
de sabiduría, ni de valía, a día de hoy seguimos viviendo en un
mundo donde, por lo general, la gente con más recursos tiene más
oportunidades (laborales, por ejemplo) porque se puede permitir
estudios (más) superiores. Sin embargo, una persona con más
inteligencia o creatividad pero menos dinero tiene que luchar más,
encuentra más obstáculos. Dublinés trata
sobre esto. ¿Se
podría decir que el Ulises
de Joyce es una mediación entre el realismo y el modernismo?
Realismo, por las preocupaciones sociales y de clase; y modernismo,
por el énfasis en el individuo, la forma, etc. ¿Era Joyce un
pre-posmoderno? Argumentos en su favor en este sentido serían la
experimentación juguetona con la forma, las laberínticas
intertextualiades, su anti-colonialismo, temas sociales e incluso
elementos feministas. Etiquetar siempre resulta muy confuso y
asfixiante.
James Joyce, DBN |
De
acuerdo, ciertas obras de Joyce como Ulises y Finnegans
Wake no son accesibles para el público general, requieren un/a
lector/a especializado/a, por así decirlo. Esto es cierto, pero a
diferencia del elitismo material, lo que Joyce representa es un
elitismo intelectual, un elitismo que no se lo ha proporcionado el
dinero ni el estatus social, sino él mismo; la fuerza está dentro
de uno mismo. Joyce nunca tuvo un trabajo estable, obtuvo su fama más
bien tarde, no pudo disfrutar de la fortuna generada por sus obras,
eternamente exiliado de país en país, orgulloso apátrida,
avergonzado de su país, pero siempre con Irlanda en el corazón. No
obstante, James Joyce es el Maestro Supremo de la Lengua Inglesa, y
uno de los grandes de la literatura universal. El arte no tiene nada
que ver con el dinero. No es ni la causa ni la consecuencia. ¿Cómo
puede ser que Virginia Woolf no fuera consciente de esto? O quizás
lo era demasiado, de ahí su pavor. Si ya de por sí se veía
devorada por un mundo de/para hombres, el único privilegio que le
podía dar cierta estabilidad era el estatus social. Lo que tanto
molestó a Woolf fue que el autor de Ulises se atreviera a dar
voz e individualidad a miembros de clases bajas y trabajadoras, al
populacho, un sector de la sociedad tradicionalmente asociado al
Realismo. Y efectivamente, Joyce era tanto de clase obrera como
autodidacta. Y bueno, el resultado ahí está: a día de hoy la
literatura no ha vuelto a dar mayor agitador y revolucionario que él.
Todavía nos estamos recuperando del impacto. Vivimos en un mundo
hecho por y para ricos pero el arte es la expresión individual por
excelencia, con el poder de cambiar el mundo. Que se lo digan a
Joyce.
Dublinés de Alfonso Zapico es una
golosina para amantes de Joyce, pero toda una delicia para seguidores
de la novela gráfica también, y qué diablos, para cualquier lector
en general. Para los que necesitemos otra dosis... ¡ya tardamos en
hincarle el diente a su Ruta Joyce (Astiberri, 2011)!
Mari
C. Muñoz